
Hubo un tiempo en que su piel sentía el sol, en que el viento enredaba su cabello y el perfume de las rosas no era solo un eco en su memoria. Fue humana, alguna vez. Amó, soñó, temió el olvido.
Pero el mundo cambió. La eternidad le fue ofrecida no como un milagro, sino como un pacto. Su cuerpo, antes frágil y efímero, se convirtió en metal reluciente, en circuitos precisos, en engranajes sin latidos. Y así, continuó su camino, inmortal pero incompleta.

Las rosas aún la acompañan, como si quisieran recordarle que la belleza no muere, solo se transforma. Sus pétalos suaves contrastan con el frío de su estructura mecánica, una resistencia silenciosa contra la inevitable evolución.
Entonces, en medio del bullicio de la ciudad, lo ve. Un reflejo de su destino, otro ser de acero, pero con algo en su mirada que la inquieta. No es solo reconocimiento… es anhelo.
Quizás el amor no pertenece solo a la carne y la sangre. Quizás el alma no reside en el corazón, sino en aquello que nos hace sentir vivos. Y en ese instante, mientras el tiempo se diluye como un susurro, ella comprende que lo esencial nunca se pierde, solo cambia de forma.
-🌙 ¿Alguna vez tuviste un sueño que parecía más real que la vida misma?