Arrasando.

Llegó a mi vida arrasando con lo ya aprehendido a través del tiempo, desbastando tabúes. Corrió cada velo de mis pensamientos y prejuicios hasta mostrarme que la libertad absoluta estaba en el simple acto de tomar su mano, y que los años son solo un concepto intangible cuando el deseo es quien talla la realidad.

Y se sintió así, como estar al borde de un precipicio. Su mano sobre mi hombro me empujó al vacío, y el vértigo de lo desconocido se apoderó de mí. La fuerza del aire nuevo se hizo presente al cerrar los ojos. Me dejé llevar en caída libre, hasta aterrizar en sus brazos. Así, de repente, irrumpió en mi vida y ya nada, pero nada, fue igual.

Desde algún lugar llegó su voz, suave, con ese tono especial que luego se hizo habitual.

Atardecía, y el frío de mayo volvía gélido el vidrio del bar donde apoyaba mi espalda mientras esperaba en la mesa. De repente, entró él: su esbeltez altiva, su media sonrisa, su mirada intensa, y esas canas prematuras en un rostro todavía aniñado. Hablamos hasta que las palabras dejaron de tener sentido. Solo quedaban sus ojos fijos en los míos, su mirada triste y profunda…

Al despedirnos, apelé a lo único que podía resguardarme de quedar tan expuesta, tan desnuda: un simple “Me encantó conocerte”, un beso en la mejilla y el roce de nuestros dedos al separarnos.

Pasaron los días sin señales, y sentí alivio de no tener que atravesar barreras que aún no estaba lista para enfrentar. Incluso llegué a olvidar aquel encuentro. Pero regresó.

Regresó como un huracán, a través de su escritura intensa, demandante. Marcaba su deseo con una certeza que no daba opción a dudas: o iba o venía.

Mi miedo a lo desconocido se derrumbó con un simple “No seas antigua”. Una vez más, me desafiaba. Y así, su deseo terminó por derribar todos mis prejuicios. 

Me anunciaron, pasé y recorrí los jardines con mis altos tacones y mi abrigo de cuero negro, mientras me repetía una y otra vez: ¡qué locura!

La puerta ya estaba abierta. Su sonrisa me recibió, sus brazos me rodearon sin prisas ni tiempo.

De la mano me llevó escaleras arriba. Frente a un gran espejo, me expuso a nuestros contrastes, y sus brazos me cubrieron. 

Con el tiempo aprendí que cuando me piensa, sucede algo que él define como “la energía cruza el espacio”. Cuando eso ocurre, el destino nos empuja a un nuevo encuentro, una cena, una larga velada. Y juntos, una vez más, derribamos un mundo de tabúes para jugar los roles que nos asignamos en este universo nuestro, diseñado a la medida.

Nos mantendremos respetando cada espacio como quien observa algo valioso sin querer romper su equilibrio. 

Y así, se repetirán esos momentos, en que su mirada triste vuelva, tan profundamente, tan inevitablemente…

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